viernes, 2 de mayo de 2008

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De todas las poderosas armas de destrucción que el hombre ha sido capaz de inventar, la más terrible y la más cobarde, es la palabra. Los golpes dejan moratones, los puñales y las armas de fuego dejan vestigios de sangre, las bombas destruyen edificios y calles, los venenos acaban siendo detectados.

La palabra consigue destruir sin pistas; niños condicionados por sus padres durante años, hombres criicados sin piedad, mujeres sistemáticamente humilladas, fieles alejados de la religión por aquellos que se juzgan capaces de interpretar la voz de dios.

¿Estás utilizando esta arma?
Intenta ver si la estás utilizando contra tí, o contra otros, y no permitas ninguna de las dos cosas.

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